Educación ignaciana

El Paradigma Pedagógico Ignaciano (PPI) se considera como el camino para lograr la formación integral o excelencia humana que el P. Pedro Arrupe sintetizó magistralmente en la frase hacerse persona para los demás, a ejemplo de Cristo, la verdadera persona para los demás. En este sentido el PPI es el cómo, la manera de lograr este propósito. Para ello, se proponen 5 dimensiones o elementos que deben tomarse en cuenta en el proceso de enseñanza-aprendizaje: contexto, experiencia, reflexión, acción y evaluación.

La manera como estas dimensiones se hacen presente en el proceso puede variar. El PPI no propone una secuencia invariable, sino unas dimensiones que el educador de una obra educativa de la Compañía debe siempre incluir para promover un verdadero proceso de crecimiento y transformación integral de la persona: tener en cuenta el contexto en que se realiza el aprendizaje, es decir, el contexto de los estudiantes y el contexto más amplio donde se educan. El tomar en cuenta este contexto hace parte de la cura personalis, es decir, del cuidado, atención y respeto por cada uno de los estudiantes como ser único en comunidad. El contexto permite crear las condiciones para una verdadera experiencia donde, a través de una actividad, se desata un proceso cognitivo y afectivo que genera un nuevo conocimiento. Sin embargo, el aprendizaje no termina allí. Esta experiencia debe ir acompañada de la reflexión que ayuda al aprendiz a profundizar en la experiencia tenida y así llegar a un nivel de aprendizaje más profundo y crítico.

Pero la reflexión de la pedagogía ignaciana sería un proceso truncado si terminase en la comprensión y en las reacciones afectivas. La reflexión ignaciana comienza precisamente con la realidad de la experiencia y termina necesariamente con esa misma realidad para actuar sobre ella… La reflexión solo hace crecer y madurar cuando promueve la decisión y el compromiso. Así el PPI quiere que el proceso educativo lleve a una acción como crecimiento humano basado en una experiencia reflexionada que transforma al estudiante y su entorno. Por supuesto, todo proceso educativo debe siempre ir acompañado de una evaluación permanente que retroalimenta el proceso, que hace que este se pueda mejorar y que se puedan detectar áreas necesarias de mejora. En este sentido la evaluación no es sólo académica sino integral pues debe estar orientada a la excelencia humana de que hablamos antes.

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